Arte es todo aquello que se siente como el
estado de creación, con el Magnetismo ardiente de la imaginación, el cual se puede trasformar en una realidad Veverosímil que sea para el corazón y los sentidos esa especie de mordedura concreta que acompaña a toda Verdadera sensAción.
El trabajo de Angélica Liddell está lleno de Verdaderas mordeduras que no hacen más que despertar al ser humano de su acomodamiento y su falta de mala hostia para lanzar a los cuatro Vientos bOmbaX de repulsa contra LA maquina, contra la mierda de sistema de KontrolMaXimoDesHuMaNizador que promueve el gran encarcelamiento del ser, del alma, de la unidad.
Angélica acciona ciertos hilos comunicatiVos extrasensoriales casi ancestrales,(en esta nueVa experimentación "Te haré inVencible con mi derrota" incluye la comunicación con los muertos) podríamos entonces estar hablando de hilos energéticos eXperiMentalDimenSIONales. ¿Es quizás su trabajo un intento contaste e infatigable por conducirse/conducirnos hacia un horizonte, un espacio intermedio, un espacio neutro donde poder obtener igualdad de condiciones para enfrentarse a corazón abierto contra el Dios Demiurgo y sus fuerzas Arcónticas? ¿Es su cReAcióN: EXPERIMENTARSE, la única salida que ve para poder combatir en vida a los Arcontes y/o fuerzas MentaLesMateriaCuLtuRaLeS? De cualquier forma sus acciones siempre se impregnan bajo una atmósfera cargada de bombazos anti-sistema con fondo macabro que generan algún tipo de conexión, de Gnosis, que la/nos prepara pare una profunda experimentación con la chispa divina, el ánima, el espíritu y/o la experiencia trascendente
QUE ES LA LUCHA
POR LA LIBERTAD ROBADA
DE UNA GUERRERA
EN ACCIÓN
Angélica tenia que ser su nombre...
Las imágenes del pensamiento que proyecta con la Violencia precisa al exterior son pellizcos que despiertan la conciencia robotizada y
adormecida por lenguajes complacientes y hacernos, así, conscientes de nuestra alienación ;... Este mundoilusión que es nuestra Matrix .
Gracias .Te sigo y te Veo.
APUNTES SOBRE EL DOLOR, LA VIOLENCIA Y LA MUERTE EN EL ARTE
"Jacqueline du Pré murió a los 42 años. La edad que tengo ahora. La nostalgia me llevó a buscar la complicidad con los muertos, el miedo a la vejez me ha llevado a buscar la complicidad con los muertos, el miedo a la exclusión de los vivos me llevó a buscar la complicidad con los muertos. Hubo un momento en el que sentí la necesidad de comunicarme con Jacqueline, de hablar con ella, quería que me explicase el horrible conflicto encarnado en su cuerpo entre la materia y el espíritu. Quería hablar de música con ella. No con los vivos, no con los vivos. Y quería trabajar a partir de lo que ella me dijera. Recordar "la noche de apertura" de Cassavettes Gena Rowlands cuando va a una sesión de espiritismo. Buscar en la esperanza, una respuesta, un poco de misericordia. Se trata de buscar de entre los muertos, la misericordia, entender por qué sigo viva, sigo viva y Jacqueline no."
Angélica Liddell
Citemor 2009 se abre con un acto de dolor, Te haré invencible con mi derrota. Es una casualidad que Citemor se abra con esta obra, pero y ¿si las casualidades significaran algo? El rito es el espacio para la expresión del dolor, el dolor de un sacrificio asumido por una fuerza mayor. Pero la obra comienza antes y acaba después. En medio, el ritual, la apertura al público. Es un acto profundamente trascendental y profundamente físico. La expresión pura del dolor, el dolor y nada más. Y la belleza naciendo de ese lugar oscuro.
El público llega en autobús hasta la nave donde se hace la obra. Es ya de noche. La artista espera al final de la nave, con un vestido blanco, como una sacerdotisa que aguarda el momento de lo inevitable. Mira al público, pero no le ve. Está en otro lugar, ausente, conversando con los que todavía no han llegado. El público asiste, desde el otro lado, a un diálogo, el que tiene lugar entre la artista y la muerte, un diálogo con los que ya se han ido y que van a ser invocados.
Angélica habla con Jackie; habla con la belleza y con el dolor, la máxima belleza y el máximo dolor. El concierto para cello de Elgar y la imposibilidad de seguir tocando el cello por una esclerosis que comienza afectando sus manos. Antes de los treinta Jacqueline du Pré tuvo que dejar de tocar, murió a los 42. Pero todo esto no lo sabemos cuando vemos la obra, quizá ni siquiera importe, cuando vemos la obra sólo hay dolor, un dolor personal y a la vez universal, y los signos que deja ese dolor. ¿Habrá que volver a creer en Artaud en esta Europa sin muertos?
Violoncellos tumbados en el suelo, en el centro del escenario, y al frente de estos una silla mirando al público. A la izquierda de la silla los instrumentos: cuchillas, gasas, alcohol, agujas e imperdibles. A la izquierda de los violoncellos una luz recorta otro espacio rectangular igual al del centro, donde se ven unos panes formando un cuadrado, y una maceta con una planta grande, de la que se arrancarán unas hojas en cada representación que la artista se coloca en el antebrazo. A la derecha, otro rectángulo de luz igual a estos enmarca una escopeta de aire comprimido que apunta hacia los violoncellos, y unos exvotos junto a una vela de alcohol, dos figuritas pequeñas y una mano. En la pared de la izquierda una foto grande de Jackie tocando el cello, abrazándolo con sus piernas, y la melena rubia cayendo sobre el instrumento.
Todo cuidadosamente dispuesto. Los objetos ocupan su lugar preciso en mitad del espacio oscuro de la nave. Estos lugares están bien delimitados por las luces, que dejan ver esas pequeñas instalaciones que forman los objetos en medio de la oscuridad que predomina en todo el espacio. Luego empieza la función, y las sombras, iluminadas por Carlos Marquerie, se van moviendo al ritmo violento de las acciones. Las botellas vacías de cerveza sobre los cellos, la rabia, el concierto de Elgar, los cortes y la sangre. Un pañuelo blanco manchado de sangre, sujeto con imperdibles al cuerpo de la artista, le cubre los pechos. Cristales rotos, gritos y lágrimas, la peluca rubia, la cera derretida de los exvotos y las fotos de Vietnam, apoteosis y dolor, miedo, el llanto y los disparos sobre la foto de Jackie, convertida ya en una caricatura. Al final el ruido de la máquina haciendo palomitas de maíz, y la artista comiéndoselas. La nada.
En mitad de este diálogo interior de la artista, se oye otro diálogo, también con los muertos. Es una grabación de una sesión con un médium. Sus palabras apenas se entienden, pero se oye la voz de Angélica repitiendo en alto lo que le dice el médium.
Con la artista sentada al frente de los cellos, dispuestos a sus pies como ataúdes, comienza a hablar, “¿Por qué? Esa es la pregunta del dolor”. No habla al público. Sobre una pantalla se proyecta el texto en portugués y a veces resulta más fácil leerlo que oírlo. Angélica habla consigo misma, consigo y con los fantasmas que la habitan, el fantasma de los que ya no están, de los que se fueron sufriendo. Habla con los muertos y habla con un dios.
Entre todas las obras de Angélica Liddell quizá sea esta la más cerrada, la más oscura, quizá también la más bella, o la más necesaria. Todavía en sus últimos trabajos, aparecía el público de una u otra forma, era interpelado, removido como representante en escena de una sociedad pasiva e hipócrita. Ahora desaparecieron las referencias que explicaban el dolor, desapareció el público. Sólo queda el dolor y el enfrentamiento cara a cara con ella misma. La obra no está hecha para el público. Se le muestra, se le permite que mire, pero ya nadie le mira a él. El público asiste de lejos a una lucha de la artista con sus sombras, una lucha atravesada por la rabia y el miedo, por el deseo de revelarse y las ganas de acabar, de acabar con uno mismo. “Hazme sumisa. Quítame la rebelión.”
Imagino el viaje del restaurante donde se cena hacia la nave, el viaje del pueblo hacia las afueras. Angélica y sus acompañantes, Carlos, Eduardo Vizuete y Sindo Puche, en mitad de la noche, entre los campos de maíz, hacia el lugar del sacrificio. Ya durante la cena a la artista se le va transformando el gesto, bajo un velo de silencio, y en la parte de atrás del coche parece que hubiera comenzado ya la obra, el enfrentamiento con el dolor, el miedo. Luego se entra en la nave, y llega el momento de la separación, Angélica se cambia de ropa y se va hacia el fondo del escenario, mientras que los demás ocupan su lugar detrás de las gradas. Después de la obra, la esperan para volver al pueblo. Y se hablará de algún detalle técnico, de algún imperdible que estaba torcido y no funcionó bien.
Y Dios le dio al hombre la capacidad de crear, a fin de que este conociera sus límites, le dio un espacio donde jugara con la vida y con la muerte, en el que nada resultara gratuito, un espacio en el que de la belleza surgiera una verdad necesaria, la verdad del dolor.
Y el oráculo dijo:
Ven, guerrera amable, espada de alegría, no tardes, te espero con todo mi corazón. Háblame, por favor, háblame, dime algo bonito.
Escribo como escupo
Como si estuviera el cadáver de Dios
hecho tan sólo de saliva
Y Dios es tan sólo una mentira en la ruina
En la ruina perfecta del hombre
En la espuma de la ruina
En la saliva atroz de los días
Que pasan como una interminable cruz
Llena por entero de saliva
Y perdónanos por no saber tu verdadero nombre
Tu verdadero misterio
Tu implacable objetivo de destruir al hombre
Destruir al que no sabe destruir
Y el hombre es tan sólo un destructor
Que destruye al creyente, que destruye al infiel
Y el límite de las horas
El error temporal del escalón
El error de vivir bajo la tarde impune
Y que caiga la ceniza sobre el Hombre
Que destruye al hombre su propia ceniza
Ceniza de sal que me miras
Para que nadie escupa sobre la tarde
Para convertirse en estatua de sal
Para que nadie aviente la ceniza.
“Escribir como escupir”
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